La fertilidad es algo que damos por sentado desde el momento que pensamos en ser padres, pensamos con quien, cuándo, cómo, pero nunca nos interpelamos si podremos o no ser padres. Creemos que la maternidad y la paternidad está garantizada y no puntualizamos en que es una condición y que somos la especie que más bajo porcentaje de concepción tiene.
Se estima que el 20% de la población puede presentar algún problema para ser padres. Las causas de infertilidad pueden ser femeninas, masculinas, mixtas o sin causa aparente. La edad de la mujer es un factor fundamental, el paso del tiempo juega su papel. A mayor edad, la reserva ovárica va disminuyendo, no solamente en cantidad sino también en calidad.
Una pareja que se encuentra en la búsqueda de un embarazo debe esperar 12 meses tras mantener relaciones sexuales regulares sin protección para poder concurrir a un especialista en fertilidad (si los integrantes de la pareja son menores de 35 años, en caso de ser mayores, el tiempo de espera para la consulta es de seis meses). La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la infertilidad como una “enfermedad del sistema reproductivo masculino o femenino definida por la imposibilidad de lograr un embarazo después de 12 meses o más de relaciones sexuales regulares sin protección”.
Pero ¿qué ocurre con esa pareja que durante todo ese tiempo se enfrenta a negativos? Una pareja que ha transitado doce o seis duelos, dado que cada menstruación es considerada un duelo, al confirmar que el tan anhelado positivo no se logra alterna entre sentimientos de alegría y tristeza en el mismo mes, los síntomas premenstruales generan ansiedad, temor, alegría, mezcla de emociones que constituyen una montaña rusa emocional. Si el tiempo transcurre y el embarazo no llega, comienza a sobrevolar el fantasma de la infertilidad.
Cuando se realiza la consulta con el especialista en reproducción, ingresan a un “mundo” nuevo, terminología, estudios que los interpela en aspectos muy íntimos y terminan convirtiéndose en “expertos” en la temática. La sexualidad deja de estar al servicio del placer para estar al servicio de la reproducción, se pierde privacidad, la misma se vuelve medicalizada y mecanizada. Hablar de las emociones que sobrevienen a los pacientes que realizan consultas en infertilidad es fundamental, se encuentran atravesando una crisis vital que afecta todas las áreas de relación individual y de pareja. Se configura una montaña rusa emocional, en la cual alternan diferentes emociones y estados de ánimo.
Para arribar a un diagnóstico, la pareja, y mayoritariamente la mujer, debe consultar con varios profesionales: ginecólogos, hematólogos, inmunólogos, endocrinólogos, ecografistas, genetistas, etc., además de realizarse diversos estudios, por ejemplo, de sangre, ecográficos, histerosalpinografía, etc. El hombre, en principio, solamente un espermograma.
Esto hace que la vivencia de la infertilidad sea vivida de forma diferente por ambos miembros de la pareja. Es fundamental que exista una comunicacion fluida en la cual puedan ambos entender lo que está vivenciando el otro.
Todo esto es una importante fuente de estrés. Por todo esto es importante reconocer los diferentes estadios emocionales por los que pasa una pareja con diagnóstico de infertilidad para poder comprender, apoyarlos y acompañarlos en el transcurso del camino.
Es una herida narcisista que induce a un deterioro de la identidad y a una baja en la autoestima. Aparecen sentimientos de culpa, miedo, frustración y aislamiento social. Vive sumido en una montaña rusa emocional de enojo, tristeza, rabia, preocupación y envidia por esos embarazos cercanos.
El primer sentimiento que sobreviene es la sorpresa y la negación, esto no puede estar ocurriéndome a mí, la presión familiar y social comienza a influir. ¿Por qué otras parejas logran un embarazo cuando quieren y nosotros no? Las preguntas familiares: ¿para cuándo el bebé? La edad va pasando. Todo esto provoca en la pareja sentimientos de enojo, con el consiguiente alejamiento social. El enterarse de nuevos embarazos genera mucho dolor. La infertilidad es un camino que se vive en la interna de la pareja.
La pareja sufre, se siente infravalorada y se cuestionan comportamientos anteriores que pueden haber provocado la situación, como el uso de anticonceptivos orales, las relaciones sexuales sin protección, o alguna conducta adictiva por lo cual se consideran receptoras de algún tipo de castigo e implícitamente comienza a configurarse la culpa. La estima personal disminuye, el sentimiento de poca valía comienza a aparecer dado que no pueden cumplir los mandatos sociales que se espera de ellos como el poder ser padres.
Un sentimiento predominante en este proceso es el dolor y los duelos se presentan ante cada menstruación, pérdida de la fertilidad espontánea, ante el diagnóstico, en caso de que haya abortos espontáneos, fracasos en los tratamientos, si es necesario recurrir a donación de gametos, a la pérdida de la paternidad genética, a la idea de pérdida del proyecto de vida.
Es importante mencionar que los duelos son variados y repetidos, son invisibles, es la muerte de un sueño, nos encontramos ante la falta de rituales sociales de transición, son vividos con poco apoyo del contexto familiar, amigos que pueden llegar a no enterarse nunca de la situación por la que se encuentran viviendo. La pareja “sufre” sola. Vale destacar que ante las pérdidas gestacionales no interesan las semanas de gestación, o en los casos de tratamientos de reproducción asistida los negativos están impregnados de mucho dolor, angustia, ansiedad y estrés.
La sociedad carece de información apropiada ante la infertilidad, por lo cual responden inadecuadamente a las necesidades de la persona infértil. Lo vemos en no contemplar las necesidades de la pareja, tendencia a aconsejar qué hacer (vacaciones, descanso). Toda esta situación conlleva a que la pareja pueda aislarse, trayendo como consecuencia la pérdida de fuentes habituales y potenciales de soporte emocional.
Para muchas parejas las técnicas de reproducción asistida son vistas como la última oportunidad para tener un hijo. A pesar de la disponibilidad de estos tratamientos, no son 100% efectivos, lo que puede significar años de tratamiento, sufrimiento psíquico, estrés prolongado, resoluciones postergadas, continuación del estigma y pérdida de identidad.
Para algunos, los tratamientos resultan en un hijo, para otros en promesas de nuevas intervenciones médicas que crean expectativas. Si el tratamiento no es positivo, se enfrentan a otro intento más, otro ciclo y la posibilidad de vivenciar un nuevo fracaso. Cada intento conlleva una carga emocional muy grande y desajustes emocionales. Cada ciclo fluctúa entre ilusión y desesperanza. Una paciente un día me comentó: “no sangra mi cuerpo, sangra mi alma”.
Por todo lo antepuesto, el acompañamiento de psicólogos especializados en reproducción es fundamental desde el inicio del recorrido, dado que nos encontramos con una pareja que presenta un fuerte deseo no cumplido, elevados niveles de estrés emocional, angustia, ansiedad, miedo debido a los reiterados tratamientos cíclicos que a su vez implican reiterados fracasos. Presentan dificultades en diferentes áreas de la vida de la pareja como la sexualidad, comunicación y entorno. Sentimientos de inferioridad, desvalorización, injusticia y rabia son los predominantes. Algunos de los objetivos de este acompañamiento son restablecer el autoconcepto y la autovaloración personal, brindar estrategias de afrontamiento y manejo de estrés, minimizar el riesgo de cuadros depresivos o ansiosos, fortalecer a la pareja y al relacionamiento con el entorno, realizar psicoprofilaxis.
Las parejas que presentan trastornos reproductivos logran sobreponerse y volver a empezar, es tan grande el deseo de ser padres que continúan a pesar del dolor, una característica es la resiliencia. El deseo de ser padres es tan fuerte que superan sus propios límites y descubren una fortaleza que muchas veces no sabían que tenían.
Tener un hijo supone un cambio en la vida de pareja, deben integrarse con éxito y adaptarse mutuamente. No poder tenerlo de “manera natural” es una herida contra nuestras expectativas, deseos y autoestima, que es necesario abordar y trabajar con psicólogos especializados, desde el inicio del recorrido.