El cuerpo como agenda política de la salud

Capitalismo y Medicina. Régimen de control de obediencia

Los cuerpos humanos se convierten en objetos de miradas de muy diversa intencionalidad: unas son admirativas, alentadoras o compasivas, y otras inquisitivas, agresivas, envidiosas y resentidas. Pero los cuerpos humanos también soportan en las sucesivas etapas de sus vidas, sobre todo cuando se transforman en cuerpos enfermos, heridos o envejecidos, una mirada muy especial, la mirada de la medicina.

Docente. Nicolás Pi

La finalidad del presente artículo consiste en advertir y problematizar que el cuerpo es producto de un dispositivo socio–histórico, lo cual requiere de una producción social del poder; por tanto, es política. Podemos tratarlo, también, desde la perspectiva de la producción de identidades. En efecto, el nuevo contexto histórico que se atraviesa se presenta como un operador semiótico que busca categorizar formulaciones sociales determinadas, no es un ente abstracto.

 

Se trata de someter al cuerpo a un régimen frenético de disciplinamiento, por decirlo con un eco foucaultiano, a un control permanente, un ejercicio del poder que invoca la sujeción de todos los instantes de la vida de cada individuo. La proyección resulta ser individuada, persigue el control no de masas, sino de individuos particulares, aparentemente con nombre y apellidos (esos que personalizan en el encabezado una carta-tipo de propaganda cualquiera llegada a nuestras manos por medio de un mailing de supermercado) o en la versión de coronavirus.uy, pero, sin embargo, nada es menos individual que la subjetividad capitalista.

 

Se requiere una intervención sobre el conjunto de los valores de deseo, una planificación del conjunto de las esferas en que se desenvuelve la vida humana: desde el plano mental hasta el afectivo, atrás quedaron los tiempos, si realmente hubo tales, en que el dominio se circunscribía al terreno de la producción y el trabajo (cuerpo/soberanía/estados nacionales). La dinámica contemporánea invade el tiempo de ocio, de hecho, lo hace pasar a un primer plano.

 

También hay una producción de las necesidades del tiempo libre, y éste ha de ser por tanto férreamente planificado. El tiempo total de la vida coincide ahora en su perímetro con el tiempo de trabajo, todo instante posee el mayor interés para el sistema, revisitación ligera de ordenaciones antiguas parecidas, lo cual demuestra que nada de novedoso tiene la estrategia, a excepción de la evidente corrección en las maneras y modos en aras de una presentación más pasable.

 

El sistema actual ha sabido digerir y superar antiguos errores. Hoy, su genialidad consiste precisamente en el giro estratégico: se trata de hacer asumir por cada individuo los mecanismos de control, de represión, de modelización del orden dominante.

 

El cuerpo como agenda política de la salud

El cuerpo humano se configura como un espacio físico cuya limitante superficie externa, a la vez que encierra su complejísima interioridad biológica, se despliega en el ámbito del mundo que le rodea. En cada cuerpo (por esencia caducable, deteriorable y siempre vulnerable) se vive y se representa una historia personal en el escenario del mundo en el que se mueve, donde interactúa con otros muchos cuerpos; para ello dispone específicamente de la mano y de la palabra como instrumentos de comunicación, mientras que su imagen va cambiando, de modo casi imperceptible, a lo largo de su vida, aunque conserve su identidad como espacio biológico y como persona. El cuerpo humano objeto/sujeto es, además, una construcción social cuyos comportamientos adquieren significación en el ámbito de un determinado contexto cultural. Mientras que cotidianamente cada cuerpo suele ser visto por otros muchos cuerpos con los que convive o bien pululan a su alrededor, en ocasiones se convierte en el objeto de una mirada. Si bien, en principio, el ver carece de intencionalidad, por lo que la imagen captada se desvanece rápidamente, el mirar es un acto voluntario; es un modo de ver a través del color del cristal ideológico del que está mirando; dicho de otro modo, a un objeto determinado, que reclama nuestra atención visual, lo «miramos desde lo que somos» o desde «lo que pretendemos ser».

 

El cuerpo femenino, por ejemplo, es objeto habitualmente de un modo específico de mirar del hombre, extensamente analizado por las teorías feministas y calificado como mirada masculina male gaze, a la que ahora se contrapone teóricamente un modo de mirar femenino female gaze al cuerpo masculino.

               

Los cuerpos humanos se convierten en objetos de miradas de muy diversa intencionalidad: unas son admirativas, alentadoras o compasivas, y otras inquisitivas, agresivas, envidiosas y resentidas. Pero los cuerpos humanos también soportan en las sucesivas etapas de sus vidas, sobre todo cuando se transforman en cuerpos enfermos, heridos o envejecidos, una mirada muy especial, la mirada de la medicina.

 

Sin embargo, frente a la profundidad alcanzada en nuestro tiempo por la mirada de la medicina en el interior del cuerpo humano -una mirada que, mediante la progresiva potenciación tecnológica de sus capacidades, ha transformado al espacio corporal en casi transparente- conviene recordar que durante siglos, en el proceso evolutivo de la civilización occidental, la mirada del médico se había limitado a desplegarse tímidamente sobre breves fragmentos de una superficie corporal culturalmente oculta casi en su totalidad, de la que, por añadidura, desconocía la verdadera anatomía de su interioridad.

 

Cosa distinta ha sucedido históricamente con la mirada médica dirigida al cuerpo herido o, de modo más concreto, con la mirada quirúrgica; toda herida, como solución de continuidad en la superficie cutánea del espacio corporal, exige, sin más discursos ideológicos previos ni reparos pudorosos, la exploración directa e inmediata de las consecuencias -sangrantes, dolorosas e incapacitantes- de la agresión traumática.

 

Durante siglos, en la historia de la medicina, la superficie del cuerpo, su geografía corporal, ha estado en gran parte oculta a la mirada médica. Dos han sido básicamente las causas de esta persistente ocultación del cuerpo: un discurso teórico dominante que minusvaloraba la importancia de su exploración y el sentimiento de pudor o de vergüenza ante el propio cuerpo desnudo, como resultado de un largo proceso de construcción social y cultural.

 

A modo de ejemplo, en el siglo XVIII los médicos, especialmente los británicos, rara vez realizaban un examen del cuerpo del paciente y se contentaban con la utilización de los «cinco sentidos» para emitir un diagnóstico: observar de lejos el color de su piel, oír las irregularidades de su respiración, olerlo, probar el sabor de su orina y tomar el pulso.

 

Los médicos británicos del siglo XVIII eludían el examen del cuerpo no ya por respeto al pudor de su paciente, sino por la aplicación en la práctica del discurso médico dominante, que no reconocía que el examen físico pudiera aportar datos valiosos para el diagnóstico de la enfermedad, entendida como una especie morbosa naturalmente definida.

 

La realidad es que el territorio recorrido sobre el cuerpo del enfermo por la mirada ha sido casi siempre, por uno u otro motivo, extremadamente limitado y fragmentario, ya que hay un dogmático discurso ideológico del médico sobre la esencia de la enfermedad.

 

La progresiva transparencia del cuerpo ante la mirada en el siglo XX, y sobre todo en sus últimas décadas, el extraordinario desarrollo de las tecnologías diagnósticas que permiten obtener imágenes de la interioridad del cuerpo bajo la piel, sin abrirlo, ha convertido al cuerpo vivo, tanto en estado de salud como de enfermedad, en un espacio físico casi «transparente» para la medicina, espacio en el que se revelan precisas imágenes de la intimidad corporal hasta ahora «ocultas».

 

Más allá del poder normalizador, en nuestro tiempo, la mirada médica promueve o acepta acríticamente cambiantes propuestas estéticas de nuevos diseños medicalizadores que explican y justifican la continua modificación del cuerpo. Bajo el poder de la mirada, en parte mercantilizada, el cuerpo, considerado como simple objeto visual, termina convertido en cuerpo «medicalizado» y en cuerpo/espectáculo mediático.

 

Capitalismo y Medicina. Régimen de control de obediencia

La mirada médica, individual o colectiva, debe ser una mirada justa y compasiva, que se fundamenta, antes de proceder a la exploración del cuerpo, sobre una relación narrativa, bidireccional, entre el cuerpo (con su historia personal) y la medicina que lo mira (con su lectura de esta historia), siempre desde el respeto a los principios básicos de la bioética.

 

Ahora bien, otras miradas con respecto al cuerpo se encuentran (en este caso Deleuze, Guattari, Capitalismo y esquizofrenia), el cuerpo (organismo) y el capitalismo (máquina abstracta de imagen) requiere de una producción social del poder, y son por tanto una política.

 

Son productos de un dispositivo socio–histórico en el que se acoplan el eje de la significación y el eje de la subjetivación, a partir de ciertos agenciamientos de poder, en este caso el poder médico, que tienen por necesidad producir imagen, y establecen una relación particular con el cuerpo, producido en tanto organismo. Este análisis tiene que considerar que los dispositivos de poder no proceden ni por represión ni por ideología, sino por normalización o disciplina y por constitución de subjetividad. Según Deleuze y Guattari los dispositivos de poder codifican y aplastan los puntos de agenciamiento del deseo en la micro–realidad. Pero hay que partir de una distinción entre las relaciones de poder (extendidas en todas las relaciones sociales) y la posibilidad de resistencia, de los estados de dominación (como un estado establecido y congelado).

 

Para los mencionados autores el cuerpo y la medicina son producciones, y éstas se hacen en una encrucijada política fundamental: reproducen los modelos que no permiten crear salidas a la dominación; o bien, mediante procesos y prácticas de singularización, conectan agenciamientos, y construyen puntos de fuga, es decir, el problema de la reproducción social queda definido en términos económicos, culturales, y de modelaciones corporales y afectivas.

 

Esta concepción de subjetividad implica que la misma está fabricada por el registro de lo social pero no es susceptible de centralización o totalización en el individuo. La riqueza de este enfoque radica no sólo en que abre las posibilidades de abordaje de la subjetividad desde lo corporal y afectivo, sino que además permite identificar prácticas de resistencia a las codificaciones del poder de la medicina en el cuerpo; al revelar en qué condiciones cierta individuación se experimenta a sí misma, sino constituyéndose como una fuerza que se afecta a sí misma, subjetivándose y produciendo un territorio de creatividad, de deseo y de potencia afirmativa de vida, o sea, “(…) Se trata de una abolición premeditada del cuerpo y de las coordenadas corporales por las que pasaban las semióticas polívocas o multidimensionales. Se disciplinarán los cuerpos, se desharía la corporeidad, se eliminarán los devenires animales (…) Se producirá una sola sustancia de expresión. (…) o más bien se desencadenará esa máquina abstracta que debe precisamente permitir y garantizar tanto la omnipotencia del significante como la autonomía del sujeto”.  (Deleuze, Guattari; 2008: 185).

 

Para Deleuze y Guattari las tres grandes operaciones del agenciamiento que en este caso hacen al régimen de obediencia que nos atan son el organismo, la significancia y la subjetivación: “serás organizado, serás un organismo, articularás tu cuerpo –de lo contrario, serás un depravado–. Serás significante y significado, intérprete e interpretado –de lo contrario, serás un desviado–. Serás sujeto, y fijado como tal, sujeto de enunciación aplicado sobre un sujeto de enunciado –de lo contrario, sólo serás un vagabundo–” (Deleuze, Guattari; 2008: 164).

 

No tenemos un cuerpo, sino que somos introducidos en él, y esa máquina juzga binariamente qué pasa y qué no la prueba de normalidad o humanidad.

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